Por Arturo Volantines
El primer libro que vivió en mi casa familiar, allá en Copiapó pedregoso y oliente a pimiento, fue: Por el mundo y mis universidades de Máximo Gorki. Hoy, lo toco y lo re-toco en sus lomos, y pareciera que respondiera a mi ternura.
Aún lo conservo, con la misma remembranza, que contiene algo de extrañeza y algo de inefable. El otro día, cumplió cuarenta años. A veces, vive en mi velador; otras veces se queda en la vieja estantería, y también ha bajado al comedor, a la cocina y, por cierto, también se ha quedado por días en el baño.
Hace poco, fui a dar una charla a la biblioteca de la Universidad del Norte y me acompañó, por lo que tuve que hacerle un poco de aseo y pegatina. Es un consentido, pero ¡claro! tiene que compartir mi simpatía con varios cientos más.
Y en el propósito de abrir de paz en paz la vida, hay tres aperturas que me gustan: abrir una ventana, para mirar, en un día despejado, la belleza del mundo; abrir un damasco para oler lo que se desprende desde su corazón; y abrir, fundamentalmente, un libro, como se abre el paraíso de lo más amado.
El libro es una casa. Y así, en esta vida, me ha tocado ejercer en el oficio del bibliógrafo. Como el albañil, los construyo; como un artista, los hermoseo y como un humano, los habito. Salgo del cadáver cuando respiro en los libros, para ver y aprehender, porque en la página sopla Dios.
La andadura del libro permite entrar a un territorio de miles de títulos: a su historia y a su esperanza. Se publican cientos todos los días. Y siempre, como en El Lobo Estepario, habrá un lector compulso, esperando, como un niño hambriento que se sueña con un pan caliente.
El oficio de escribir es solitario; pero, también, se es “un pequeño dios” cuando se está en las profundas galerías de la creación. Así como los pimientos son árboles con muchos pájaros, tengo certeza que soy un poeta con muchos libros.
Pero, leer un libro es un viaje único, infinito y trascendente, cargado por el amor divino: un amor crítico, al decir de Harold Bloom, en el ya legendario: El canon occidental.
El libro indudablemente está en crisis, en decadencia infinita, como el sol y como la historia. Primero fue el periódico; luego, la televisión, más tarde, el fax y el internet. Pero el libro sigue ahí, como en el cuento de Monterroso.
Por algo, el libro es cuerpo de árbol (papiro y papel), y viene de Dios. Por algo, el libro seguirá creciendo insolentemente.