InicioCulturaMadriguera de palomas: Poesía contemporánea de La Serena

Madriguera de palomas: Poesía contemporánea de La Serena

“Por aquí no se entra, sino Por aquí se pasa”

Arturo Volantines;
Altos de La Recova,
La Serena.

“Deambulando por La Serena,
cuando la gente se retiraba para la siesta,
con las calles fiadas a mí, redimidas del ajetreo bochinchero
(entonces no bocinaban autos ni zumbaban camiones, pero las
mercaderías eran vendidas a grito pelado, desde carretas que chirriaban,
hiriendo el seso), convencida de que La Serena había sido, más qu
e
encomendada, puesta a mi disposición, me atrevía, como muy guardiana,
a pasarle revista a los patios.
Y así, sin recelo alguno, me colocaba donde fue
se”.

Gabriela Mistral
Recado sobre La Serena y Pompeya, 1951.

Cuando Gabriela Mistral llegó a Antofagasta (1912), debajo del brazo llevaba la Antología Chilena, Prosistas y Poetas Contemporáneos, la intelectualidad en Chilei, del copiapino, Pedro Pablo Figueroa, cuyo libro influenciaría en ella. Entre los antologados, iba con poesía y un adónico retrato, Manuel Magallanes Moure, que enamoraría a Gabriela. Este libro viene a demostrar el gran inicio republicano de la literatura del Norte, que después, paso a paso, iría desapareciendo del Canon chileno hasta la negación, y con la misma Gabriela Mistral como ejemplo. Pedro Pablo Figueroa demuestra, en este texto, la importancia de los atacameños al inicio de la literatura chilena: los hermanos Matta, Rómulo Mandiola, Pedro León Gallo, Carlos Walker Martínez, Rosario Orrego, entre otros. También, señala la importancia de Mercedes Marín del Solar, hija de serenenses. Y, además, nombra a los locales: Adolfo Valderrama y al “Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez. Explica: “Es la primera vez que se acopia en una antología la labor literaria en nuestro país./ Las colecciones de artículos y de poesía que han publicado en otras épocas, como las reunidas por Juan María Gutiérrez, Ricardo Palma y José Domingo Cortés, no han revestido una índole nacional”.

También, Pedro Pablo Figueroa atisba un primer ordenamiento canónico de la literatura chilena. Manifiesta que la literatura puede dividirse en tres períodos históricos: “el que comprende la Independencia, el movimiento intelectual de 1842 y el que produjo la evolución política de 1870”. En este ámbito, nace la literatura serenense.

En 1908, se publicó el Parnaso Coquimbano —que aún nos sorprende de forma y fondo—: Literatura Coquimbana; Estudios Bibliográficos y Críticos sobre los literatos que ha producido la Provincia de Coquimboii, por L. Carlos Soto Ayala, obra ilustrada con los retratos de los principales escritores de esta provincia. Este texto sorprendente, que está dedicado a Pedro Pablo Figueroa, incluye a 31 autores e ilustrada —como dice el anuncio en el texto— con los retratos de los principales escritores de la provincia. Infelizmente, sólo se publicó la primera parte, hasta la página 156, y con únicamente 18 autores. Soto Ayala pide, que se debe ensamblar esa parte con la otra, donde también deben insertarse los retratos. Una década después, en la Selva Lírica (1917)iii, se da cuenta que aún no ha sido publicada la segunda parte, y al revisar las copias que hemos encontrado, incluidas las tres de la Biblioteca Nacional, creemos que el autor, definitivamente, no publicó esa segunda parte, dejando este libro, absolutamente memorable, en irreparable falta.

En la misma Selva Lírica, al poeta y abogado, L. Soto Ayala (La Serena, 1886 — Santiago, 21 de noviembre de 1955), se le trata de poeta menor. Soto Ayala pagó un precio altísimo, ya que su obra fue poco considerada. Los colegas de entonces, que son también los de ahora, no permitieron reconocer tan magnífico aporte. Sólo ha sido mencionado en relación a Gabriela Mistral.

Esta obra, que es clave para la literatura chilena, nortina y, particularmente, para la provincia de Coquimbo, considera a los siguientes escritores: Juan Nicolás Álvarez, Hortensia Bustamante de B., Clodomiro Concha, Manuel Concha, Ricardo Dávila Boza, Juvenal Díaz Araya, José Ignacio Escobar, Lucila Godoy Alcayaga, Ricardo Gibbs, Pablo Garriga, Manuel Antonio Guerra, Joaquín González González, Federico González G., Francisco Machuca, Saturnino Mery, Alamiro Miranda, Carlos Mondaca, Policarpo Munizaga, Mariano Navarrete, Osvaldo Palominos, Néstor Rojas Villalobos, David Rojas González, Francisco Sainz de la Peña, Víctor Domingo Silva, Narciso Tondreau , Francisco A. Subercaseaux, Sinforoso Ugarte Alcayaga, Adolfo Valderrama, José María Varas Blanche, Julio Vicuña Cifuentes y Benjamín Vicuña Solar. Salta a la vista que faltan, Valentín y Manuel Magallanes, pero es comprensible, ya que Valentín es difícil de clasificar porque nació en Santiago, su obra literaria y revolucionaria la hizo en Atacama y ejerció como abogado en La Serena, para luego regresar y morir en Santiago. En el caso de Manuel Magallanes Moure, sólo vivió hasta los 7 años en su ciudad natal y después se fue a Santiago, lo que seguramente incidió en no incluirlo, aunque como hemos dicho, ya había mucho recelo y, aún más, cuando se trataba de autores nacidos en la misma ciudad, o podría también tratarse de animadversión, ya que Magallanes Moure gozaba de fama y consideración en el ámbito oficialista, incluido el calcetineo, como puede verse en la legendaria Revista Zig-Zag, a comienzo del siglo XX.

Algunos de estos autores, considerados por Soto Ayala, no los conocíamos. Hecho relevante, ya que esta lista resulta muy necesaria para ordenar y reordenar la historia de la literatura de la Región de Coquimbo, y, obviamente, la literatura chilena. A la mayoría los habíamos leídos, fundamentalmente, en los diarios de la época de la región, donde se publicaba en forma profusa creaciones poéticas, especialmente, en el más notable diario, entre muchos que ha tenido la región: El Coquimbo. Además, estos diarios fueron importantísimos, bibliográficamente, en la segunda parte del siglo XIX: testimonios indudables (afortunados) de los hechos heroicos y trascendentes de Coquimbo.

Este volumen es una de las obras más selectas de Chile en su ámbito. Viene a poner certeza de la importancia de estos recuentos y que en muchas ocasiones son salvadores de los autores de la provincia; de hacer justicia, a pesar del constante manto de desconsideración centralista.

Tres méritos indudables tiene esta obra: rescata la producción de autores imprescindibles de la literatura chilena, ya que algunos de ellos llegaron a ser Premio Nacional de Literatura, y otros, son parte fundamental a partir de la república; la aclaración en su introducción y prólogo a la invisibilidad de la literatura nortina, y que sigue persistiendo hasta la fecha; y, lo más fundamental, la inclusión por primera vez —y desde su propio terruño, ya que pasarían muchos años para que volviera a suceder este hecho antológico— de una muchacha “prosista” de 18 años, llamada Lucila Godoy Alcayaga.

Igualmente, resulta fundamental para resolver la controversia respecto al primer escritor genuinamente serenense. Hasta ahora, yo había sido partidario de Mercedes Marín del Solar como merecedora de esta distinción, ya que sus padres fueron serenenses, y ella pasaba grandes períodos en esta ciudad. Pero, queda muy aclarado en esta obra, que tal distinción le corresponde al “El Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez (La Serena, 17 de abril de 1810 — El Callao, 24 de mayo de 1853). Soto Ayala dice de Álvarez: “La Historia Literaria de Coquimbo se abre con un nombre por demás ilustre, con el nombre de un gran ciudadano, periodista y revolucionario: Juan Nicolás Álvarez B., llamado “El Diablo Político”. Por su parte, Pedro Pablo Figueroa, apunta: “Allí (La Serena) lo encontró el movimiento revolucionario que estalló el 7 de septiembre de 1851 y como periodista y tributo liberal, concurrió a su desarrollo, en las reuniones de la Sociedad Patriótica y de la Sociedad de la Igualdad, con Antonio Alfonso, Pedro Pablo Muñoz, Teodosio Cuadros, Ventura Osorio, Santos Cavada, y en el periódico La Serena, que fue su trípode de escritor público en el seno de su pueblo. La Serena fue, como El Diablo Político, su tribuna de luchador en la capital de la provincia de Coquimbo y desde sus columnas prestigió el pendón revolucionario con los lampos de luz de fuego que brotaban de su pluma al choque de las ideas. Mientras se preparaba el pronunciamiento, fue delegado de sus correligionarios de La Serena ante los partidarios que dirigían la opinión en Santiago, para uniformar los trabajos tendientes a elevar a primer magistrado de la República al ilustre general don José María de la Cruz. Durante El Sitio de La Serena, que siguió al pronunciamiento, redactó El Periódico de la Plaza, para conservar vivo el entusiasmo del pueblo y de los soldados. Triunfante la revolución en La Serena, Juan Nicolás Álvarez fue nombrado auditor de guerra del ejército revolucionario. De este modo, fue soldado y periodista de la revolución./ En su Historia del Levantamiento y El Sitio de La Serena, don Benjamín Vicuña Mackenna pinta a Juan Nicolás Álvarez como [al periodista tribuno de la revolución de La Serena], especie de [tipo nuevo en el periodismo, que escribía en aquella época como las más altas inteligencias contemporáneas]”iv.

El autor, en su El por qué de este libro, señala tan lúcidas y permanentes opiniones, que pareciera que las dijo ayer y no hace más de cien años: “Las provincias, y particularmente las del Norte, son miradas con profunda indiferencia por el centralismo de la capital. Fuera de Santiago, el arte es una ridiculez, la industria un sueño, el trabajo una utopía, y entre tanto, las provincias, con el sudor de sus frentes varoniles, no se cansan de brindar a manos llenas riquezas innúmeras a los mismos que esclavos quisieran verlas”. Luego, complementa: “Literatura Coquimbana viene a ser una reparación de justicia, un homenaje póstumo a los hombres de idea, a los luchadores incansables de esa provincia heroica, cuyos hijos llevaban enlazados en el campo de la vida la espada del guerrero y el laúd del trovador”. En otra parte del prólogo, arremete memorablemente: “Por ahora, Literatura Coquimbana sólo aspira a que se sepa de los hombres de péñola de Coquimbo y, a que los que esta obra lea, admiren el tesoro inmenso de poesía escondido entre selvas virginales y en la falda de los montes siempre nevados de esa provincia”.

Finalmente, Soto Ayala, hace notar la profunda hermandad entre Atacama y Coquimbo y su destino común y su relación con el Estado de Chile: “Atacama y Coquimbo —las dos hermanas del Norte— han escrito páginas admirables de glorificación histórica, ya bajo una misma tienda de campaña, al estruendo de los cañones, ya bajo el cielo adorable de las tardes del estío, cuando cada alma es una lira de cuyas cuerdas brotan plegaria a la magnificencia de la naturaleza. El libro que ve hoy la publicación es sólo la primera parte de una obra que pudo llamarse Dos Musas Hermanas. Ojalá no esté lejos el día en que pueda tributar igual homenaje de justicia y admiración a los escritores de Atacama, la cuna de los grandes pensamientos, y en donde cada hombre es un apóstol y un guerrero, y cada mujer un ángel y una musa; donde el hombre —encarnación de ideas de gloriosa independencia— parece nacido en los tiempos de la antigua Roma, y la mujer de ojos divinos y soñadores lleva en el alma reminiscencia de tres tierras: la del araucano, altivo y no domado; la del español, galante y caballeroso; y la del querube, casto y sentimental”.

Posteriormente, viene un estudio de Guillermo Muñoz Medina llamado “Literatura Coquimbana”, donde hace un recuento geográfico, histórico y literario de la Región de Coquimbo. Señala: “Esta antología es la fórmula inspirada y exacta de la génesis literaria de Coquimbo”. También, atisbo la importancia de esta antología, ya que cuando publiqué “El Burro del Diablo”, se connotaron en la crítica semejanzas e ironías. Dice, Muñoz Medina: “Literatura Coquimbana representa verdadera novedad entre nosotros. No tenemos noticias que en Chile se haya formado otro libro de esta naturaleza. Lo que se escribe en Chile, por bueno que sea, si se llega a leer, es para olvidarlo enseguida. Pocos pueblos nos parecen más indiferentes a la literatura nacional que este, tan patriota por lo demás. Aquí, ni en los liceos se da a conocer a los alumnos el nombre de nuestros literatos, ya que los Libros de Lectura que destinan a las clases de Castellano en los años inferiores, son reuniones de trozos de autores extranjeros en su mayor parte./Literatura Coquimbana puede prestar utilísimos servicios a la enseñanza, para dar a conocer a los educandos un grupo notable de autores nacionales, para inculcar en ellos amor por los literatos del país, para desarrollar en sus almas sentimientos de patriotismo, enseñarles que hay en su patria una literatura que debe interesarles, y que existen literatos chilenos a quienes deben estimular con sus aplausos”.

Después, insiste en lo que me parece la devoción, que ni entonces ni ahora se ha valorado y, más triste aún, porque hay algunas voces locales que les gusta el oficio de yanaconas y de andar mostrándole la pierna al centralismo. Por ello, la presente obra se la dedicamos a L. Carlos Soto Ayala. Manifiesta, además: “Literatura Coquimbana” exhuma del cementerio del olvido en que injustamente se las tiene, por pertenecer a otra edad y a otra tendencia tal vez, muchas poesías hermosas de tiempos felices para letras nacionales. La hora de su aparición es oportuna. Ella es el archivo de las bellezas literarias de los hijos de Coquimbo, la gloriosa estadística que perpetuará el recuerdo de sus nombres y la memoria de sus mejores obras”. En lo sustancial, en la introducción, Muñoz Medina hace alabanzas a las “tradiciones”, que tan importantes han sido en La Serena, desde Jacinto y Manuel Concha, Juan Nicolás Álvarez, Francisco Antonio Machuca, Gustavo Rivera Flores, Alfonso Calderón, Fernando Moraga, Kiko Carvajal e, incluso, José Joaquín Vallejo”.

Casi 50 años después (1966), Mario Bahamonde ha acertado con una nueva Antología de la poesía nortinav, y vuelve a señalar la singularidad sobrecogedora del terruño, la epopeya de sus hijos “y la invisibilidad” para el centralista del Estado de Chile. Con gran esfuerzo desde Antofagasta, pero con gran dominio de la historia de Atacama y del quehacer cotidiano de la literatura de La Serena y del Valle de Elqui, señala, en el prólogo: “Sin embargo, a pesar de estas muestras y de muchas otras que han surgido en esta región, no hay una conciencia sobre la poesía nortina ni en su calidad literaria. Apenas, a veces, suena algún nombre de algún poeta como un recuerdo curioso o como una referencia pintoresca. Pero la poesía nortina ha vivido y ha amasado en su material lírico el reflejo de todas las etapas por las cuales ha pasado esta región del país”. Luego, estampilla a poetas fundamentales del Norte: “Pedro Díaz Gana, Valentín Magallanes, Rosario Orrego, Nicolasa Montt, Clodomiro Castro, Pope Julio, Santiago y Ramón Escuti Orrego. En seguida, se viene a lo contemporáneo, marcando: “Surgieron entonces los primeros grupos organizados hacia una labor sistemática. En La Serena, el Ateneo Literario y el “Círculo Carlos Mondaca”, entre los cuales se cobijó toda la actividad más sostenida. En Antofagasta, “Cobrisal”, publicación capitaneada por Andrés Sabella, el poeta de esos años, y también el Grupo Letras, organizado y dirigido por Mario Bahamonde, cuya labor se tradujo en una acción sostenida y en libros y certámenes de horizonte regional”.

También, hace un reconocimiento explícito a la literatura de La Serena: “Sin embargo, si bien es verdad que el espectáculo del desierto deslumbró a los hombres, no menos efectivo que en otras localidades nortinas la poesía acentuó sus ríos profundos. Así sucedió en La Serena, cuya ribera verde acunó a la más señera generación de líricos nacionales: Carlos Mondaca, Manuel Magallanes Moure, Gabriela Mistral, Julio Vicuña Cifuentes (1865—1936) y ahora, en nuestros días, a Fernando Binvignat”. Finalmente, señala que, en su proyecto, los objetivos de esta obra han dado trancadas, y que claramente, no ha sido superada ni emulada por los recopiladores del norte. Define: “Esta selección de poesía nortina, recogida a lo largo de las cuatro provincias de nuestro extremo regional, acentúa en mucho la presencia de la tierra y su contacto con los hombres. Tal vez éste sea su valor más claro, aparte de nuestra intención de mostrar a nuestros escritores y de prodigarlos hacia otros horizontes./ La Expresión de su contenido poético es, entre otros muchos, uno de los caminos que sigue nuestra tierra en busca de su desarrollo más nivelado y más adecuado al verdadero sentido de una realidad nacional”. Incluye en su antología a los poetas de la región: Eduardo Aguirre (1918, Coquimbo), Fernando Binvignat (1903, La Serena); Luisa Kneer (1919); María Eliana Duran (1926); Jorge Eduardo Zambra Contreras (1939, La Serena) y Roberto Flores (1910). Agrega a otros poetas del norte que no siempre aparecen en la historiografía literaria chilena, pero que sobradamente merecen un sitial: Alberto Carrizo, Nelly Lemus, Nicolás Ferraro, Nana Gutiérrez, Óscar Hahn, Pedro Humeres (Humires), Antonio Rendic, Salvador Reyes, Andrés Sabella y otros. Le faltan algunos. Pero, entiendo la no inclusión de Gabriela Mistral, ya que el objetivo era difundir a los invisibles de la literatura del Norte, y, para entonces, ya Gabriela era una figura universal. Sin embargo, después escribió un texto especial para ella, llamado: Gabriela Mistral en Antofagasta: Años de forja y valentíavi.

Once años después, Luisa Kneer, publica un texto en homenaje al Círculo Carlos Mondaca, llamado: Reseña Historia de 168 años en las letras de la Cuarta Región (cca.1979)vii. Ella muere luego (1983), dejando este libro casi desconocido, pero bien ilustrante para las letras de La Serena. Desarrolla en este texto, entre otros motivos, una enumerada reseña de la literatura de la región y, en particular, la historia del Círculo Literario Carlos Mondaca, del “El Ateneo” y de “Los Desencantados”. La autora despliega, tanto en el prólogo como en el epílogo, optimismo desbordante, cargado de actividades, donde lo literario, lo local y lo político, a partir del Plan Serena, habían llevado a esta a un constructo de crecimiento armonioso, que llegó a decir al presidente de entonces e hijo de la ciudad, Gabriel González Videla, que la ciudad podría ser otra París. Lo que no se imaginó Luisa Kneer, que varios de sus amigos —y, entre ellos, Jorge Peña Hen—, serían asesinados; que su casa sería quemada, y que ella misma terminaría, sólo un poco después, muerta.

Sin embargo, su lista explicativa de la literatura de la región y, especialmente, de La Serena, tanto como las antologías anteriores, aquí vistas, rescata nombres, que desde los orígenes han mantenido buena luminiscencia, a pesar de la poca consideración a sus autores, y para afirmar esto me basta a Gabriela Mistral. Queda claro, que algunos de los que acompañan a Gabriela en la cúspide, se ganaron ese sitial fuera del país. Veamos, el Canon regional de Luisa Kneer: “José Gaspar Marín del Solar (1772—1839), Mercedes Marín del Solar (1804—1866), Adolfo Valderrama (1834), Manuel Concha (1835—1891), Benjamín Vicuña Solar (1837), José Domingo Cortés (1839), Pablo Garriga y Argandoña (1855), Policarpo Munizaga Varela (1860), Narciso Tondreau (1861), Julio Vicuña Cifuentes (1965), Augusto Winter (1868), Enrique Molina Garmendia (1871), Allan Samadhy (1876), Federico González (1877), Manuel Magallanes Moure (1878), Alamiro Miranda Aguirre (1880—1969), Carlos Roberto Mondaca Cortés (1881—1928), David Rojas González (1943), Carlos Soto Ayala (1886—1955), Alejandro Álvarez Jofré (1888—1960), Julio Munizaga Ossandón (1888), Gabriela Mistral (1889—1957), Armando Rojas Molina (1889), Nicolasa Montt (1894), Néstor Rojas Villalobos, Emilio F. Olivier, Juvenal Díaz Araya, Juvenal Calderón, Heraclio Gómez Olguín, Manuel Ignacio Munizaga, Victoria Barrios (1906), Oscar Lanas, Homero Bascuñán, Osvaldo Ángel Ramírez, Bernardo Ossandón, Federico Tomás González, Felipe Aceituno, Edmundo Jorquera González, Carlos Munizaga, María Isabel Peralta (1904—1925), Roberto Munizaga Aguirre (1905), Ricardo A. Latcham (1919—1965), María Elena Samatán Madariaga (1901—1981), Graciela Illanes Adaros, Marta Elba Miranda, Víctor Domingo Silva (1882—1960), David Perry (1886), Fernando Binvignat Marín (1903—1977), Braulio Arenas (1914—1988), David Valjalo (1924), Benjamín Morgado (1009—2000), María Cristina Menares (1914—2012), Stella Díaz Varín (1929—2006), Odette Álvarez Musset (1960), Carmen Rojas (Carmenza), Margarita Carrasco Barrios, Italia Marescotti, Lucía Pena Giudice y Ricardo Peralta P. (1907). Obviamente, no incluyó a los escritores de su institución, como Lidia Urrutia, Sylvia Villaflor, Jorge Iribarren Charlín, Francisco Cornely, Elba Carmona, Gustavo Rivera Flores, Rebeca Navarro, Ambrosio Ibarra, Héctor Carreño, Fresia Benquis, María Sfeir, entre otros.

También, resulta importante su participación en la construcción de la “Plaza de los Poetas”. Son centenares los héroes de las guerras, hijos de la ciudad; especialmente, de las insurgencias civiles y contando el legendario “Bombardeo y El Sitio de La Serena”, pero que, sin embargo, ni las calles llevan sus nombres; por ello, resulta sorprendente y atinado el homenaje público a sus poetas. Dice, Luisa Kneer: “El sol serenense calmo de llamaradas, desciende majestuoso tras las nubes ensangrentadas sobre la cabeza de los poetas que ya adornan nuestra plaza. Allí Gabriela Mistral, Carlos Mondaca, Manuel Magallanes Moure, María Isabel Peralta y varios otros, y cerrando un ciclo, nuestro egregio poeta Fernando Binvignat Marín, son como chispas o luceros que de día se abren a la luz temblorosa de cada instante, y que por las noches parecen descender del cielo”.

Después del golpe militar de Pinochet y cerca del ‘80, empieza un cambio, tanto en lo político como en lo literario, y de eso doy cuenta en los prólogos de la Antología de la Poesía del Valle de Elquiviii y de El Burro del Diablo, Arqueo de la poesía contemporánea de la Región de Coquimboix.

En el prólogo de la Antología de Poesía, Antología del Siglo XX, literatura de Ecuadorx, Iván Carvajal y Raúl Pacheco, dicen que la conformación de los Estados Nacionales —y a pesar de su artificialidad—, imponen condiciones que inciden en las distintas literaturas, y que así se articula un carácter nacional. Esta artificialidad, obviamente, incide en las entidades locales de Chile. De allí que han vuelto con más fuerza los conflictos locales no resueltos por el Estado centralista, en los distintos ámbitos, que buscan soluciones desde el mundo local. Estas políticas provocan marginaciones e invisibilidad; por ello, estas afortunadas antologías, han sido exitosas luminarias del ser local y del “temperamento del pueblo”xi, y no sólo son memorias de la región nortina, sino que son una propuesta de inserción directa, urbi et orbi; hecho que no es bueno tampoco para el Estado Nacional, pero que a la larga lo puede salvar. Estas antologías, desarrolladas desde los sitios, no sólo son estas memorias contra el olvido y frutos identitarios y rompientes del cerco centralista, sino también, son propuesta, razón y dignidad que se hace literatura también hispanoamericana en el Norte.

II

En los 80, cuando el sol del norte nadaba todavía en mi cabeza, desde Punta de Teatinos, vi por primera vez a La Serena —y tal como les sucedió a Jotabeche y a Pedro León Gallo—: un sombrero de nubes espesas le cubría el cielo. Hace siglos que es así: “La mañana de Teatinos/ se ha perdido entre rocas,/ cada roca es un altar/ donde el cielo se deshoja.// Sobre el pecho de la playa/ blanco de sol y de olvido,/ el mar va abriendo sus olas,/ cada ola un abanico.”xii. Esto vuélvela una ciudad fresca, con menos de 20 grados; pero, también, asmática, para los que la viven entre sus campanas mañaneras. Creo, además, que esto es fundamental, para hacerse propicia a lo hogareño, lo pasivo de sus crepúsculos y para la actividad intelectual, que a pesar del esfuerzo —mal llevado— no ha logrado salirse del turismo estacional.

Más cerca del lado norte de la bahía, es una ciudad que tiene un sentido colonial. Hoy, con casi 200.000 habitantes, tiene atractivos propios, favorecida por estar a pasos del mar. Además, por su rico entorno, ya que hace conurbanización con el puerto de Coquimbo, y su cercanía con el Valle de Elqui, con las bellezas naturales de la comuna de La Higuera, que la rodea por el norte: con el cielo más limpio del mundo y con islotes habitados por la fauna autóctona. Además, La Serena, es la capital de las papayas y de las lúcumas, del pisco sour, de las tradiciones y campanas.

Villanueva de La Serena fue fundada por Juan Bohón con 30 hombres en 1544 (cca.)xiii, convirtiéndose en la segunda ciudad de Chile. En 1548 (cca.)xiv, un levantamiento indígena la quema; la refunda Francisco de Aguirre en 1549 (San Bartolomé de La Serena). El rey Carlos V de España le confiere, el 4 de mayo de 1552, el título de ciudad y la provee de un escudo de armas. Francisco de Aguirre, después de tomar Tucumán y fundar Santiago del Estero, muere en su ciudad refundada, y se da comienzo a La Colonia, tan bien descrita por Manuel Concha.

El arte había empezado mucho antes. El pueblo indígena de Coquimbo (mal llamado Diaguita) había desarrollado una escritura visual maravillosa (y no ese infundio llamado kakán), y que hoy podemos ver en los museos y en las imitaciones, donde las grecas de símbolos antropomorfos, concéntricos, escalonados y estelares, nos dicen tantas cosas de ese mundo, que también es nuestro mundo; pero, que aún no entendemos suficientemente, aunque sí lo presumamos, y que era legado tangible que desarrollaban nuestros ancestros cuando llegaron los invasores con la cruz y la espada. Esta escritura, en el barro tutelar, recopilado notablemente por Francisco Leopoldo Cornelyxv, es referente a sus vidas, a su forma de relacionarse y a su sentido respecto al cosmos. Este arte contiene lo que contiene todo arte: una belleza en sí, fulgurante y trascendente. El ex rector de la Universidad de Viena, Dr. O.F.A. Menghin, dice: “Entre las riquezas arqueólogas de Chile sobresale un grupo especial: es la llamada cultura diaguita-chilena que, en nuestra opinión, debería denominarse como cultura de Coquimbo (o, copiapoe), pues además de que su centro se halla en esa provincia, debemos considerar que su parentesco más cercano con las culturas diaguitas argentinas es muy discutible. El rendimiento más vistoso de la cultura Coquimbo es su alfarería, cuyas decoraciones, en rojo, negro y blancos, pertenecen a las más bellas y exquisitas que los indios suramericanos hayan creado en este campo de su actividad cultural”xvi.

Este útero y enigma me es fundamental para reconocerme en la “patria chica que sirve y aúpa a la grande…”xvii, al decir de Gabriela Mistral y que, luego, ella misma en su Lecturas para Mujeres publica un magnífico texto del argentino, Arturo Capdevila, donde este dice: “Crear una patria vale por encender un nuevo hogar para bien de la humanidad. Nadie se disgusta ni duda de la humana solidaridad cuando la ciudad gana una casa. Nadie debe dudar tampoco del amor solidario cuando el mundo gana una patria. Y recíprocamente, así como nada infunde más pena en la ciudad que la casa derruida, nada duele tanto en la Tierra como la patria acabada”xviii.

En 1600, La Serena tenía 200 habitantes. Sus indígenas habían sido exterminados; tuvieron que traer desde el sur, desde el norte y desde Argentina para las faenas mineras. A finales de este siglo, los piratas Sharp y Davis asaltaron y quemaron la ciudad. En 1713, Amadeo Frezier (1682—1773) publicó un primer plano de la ciudad. Empieza a surgir el interés metalero, y se comienza a importar cobre labrado y en bruto. A mediados del siglo XVIII, La Serena tiene casi 2.000 habitantes. El gobernador de Chile, don Ambrosio O´Higgins, visita la ciudad e impulsa la construcción de La Recova, símbolo del quehacer comercial y cultural de La Serena.

Cuando se inicia la república, aparece el primer intelectual serenense, llegando este a ser el secretario del primer cabildo: José Gaspar Marín. Con el furor de la minería arriban nobles y adelantados extranjeros: Ignacio Domeyko, Charles Lambert, entre otros. Se concentra la actividad intelectual en los diarios, “siendo uno de los más prolíferos del país”xix. Se publica El Minero en 1828 y su redactor fue el francés, Hipólito Velmonti; La Serena (1849); El Porvenir, El Correo de La Serena, El Diario de Avisos; El Coquimbo, La Razón (1858), El Eco Literario del Norte; El Cosmopolita, diario de la Revolución Constituyente, que dirigiera el oficial revolucionario Manuel Concha; El Democrático, El Tiempo, El Norte, La Reforma, La Juventud, El progreso, El tribuno, La revista serenense, Ecos literarios del norte, El Liberal, El pueblo, y el memorable diario de 1851 y de El Sitio de La Serena, que dirigió magistralmente “El Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez: El Periodiquito de la ciudad.

Los diarios fueron fundamentales para el potente desarrollo de la actividad literaria en la región, ya que en estos se publicaba profusamente creaciones literarias. Aquí, hemos podido conocer las obras de muchos autores esenciales, pero casi desconocidos, como el caso de Pablo Garriga, Adolfo Valderrama, Narciso Tondreau, Francisco Antonio Machuca, Valentín Magallanes, Francisco Sainz de la Peña, Benjamín Vicuña Solar, Hortensia Bustamante, nieta del organizador de los “Cazadores de Coquimbo” e “Infantes de la patria”, entre otros, y ese texto memorable de Policarpo Munizaga, después de la batalla de Cerro Grande: “La ciudad de los huertos y jardines,/ De los castos amores/ Medio envuelta en su velo de vapores/ Qué triste y sola está./ Y cuan mudada/ De lo que ayer se viera/ Cuando halagaba sus oídos tanto,/ De los hijos del norte el son de guerra/ Sobre su frente mustia, solitaria/ Tendió sus alas negras./ La noche funeraria,/ Y todo es luto,/ sombras y quebrantos./ Y donde ayer se oyera/ El eco de los libres poderosos/ Ahora sólo impera/ Del agorero búho el son medroso”xx.

Recordemos el magnífico diario que fundaran en Vicuña, Elías Marconi, Francisco Antonio Machuca, Policarpo Munizaga, Carlos Luis Ansieta y otros, llamado: El Elquino, y cuando pasó a llamarse La Voz del Elqui, le abriría el paso a Gabriela Mistral, donde aparecen sus primeros artículos. Sin estos diarios, seguramente, no se hubiese generado el más selecto ramillete de poetas en Chile, denominados: “Generación Naturista o Mundonovista”.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, además de los diarios, nace también una conciencia regionalista. Se funda el partido radical y surgen revolucionarios tras la nueva fraternidad. Bilbao y Arcos fundan la “Sociedad de la Igualdad”. Pedro Pablo Muñoz, Vicente Zorrilla, Balbino Comella, Pablo Argandoña, Santos Cavada, Nicolás Munizaga, Benancio Barrasa, Antonio Alfonso y muchos otros, fundan en La Serena, la “Sociedad Patriótica” y, luego, la “Sociedad de Artesanos”. Con José Miguel Carrera Fontecilla a la cabeza, forman un ejército revolucionario y luchan en 1851 contra el despotismo y centralismo de Manuel Montt. Se atrincheran en el corazón de La Serena. Son bombardeados por la armada chilena, por la armada inglesa, por el ejército centralista y por tropas mercenarias de argentinos contratados por Jotabeche; sin embargo, no pudieron ser derrotados, y sólo después de tres meses de lucha y cuando la ciudad estaba destruida, se marcharon para incorporarse a las tropas revolucionarias de Bernardino Barahona, en Copiapó.

Poco después, Pedro León Gallo encabeza las tropas de Atacama y Coquimbo, y en la legendaria Batalla de Los Loros derrotan al ejército centralista. Ahí, van muchos de los destacados de entonces; los oficiales poetas: Manuel Concha, Ramón Arancibia, Valentín Magallanes y toda la intelectualidad más lúcida, como los Matta y Benjamín Vicuña Mackenna.

Creo que estas guerras civiles, que partieron en “Chañarcillo”, también fueron fundamentales para formar el carácter del Norte.

En 1879, la ciudad de La Serena se despuebla para formar el Segundo de Línea, el Batallón Coquimbo y el Regimiento Atacama en la Guerra del 79, donde la mayoría de las familias de La Serena tuvieron pérdidas irreparables y heroicas. Y no faltando más, en 1891, su sentido liberal los regresó al campo de batalla, y volvieron a enfrentarse al ejército central.

Esta solidez intelectual y militar, hace también de La Serena una ciudad de “tradiciones”; pero no de prácticas, como se suele entender a menudo en el sentido conservador, sino del espíritu revolucionario, que fue fundamental para ganar la Batalla de Maipú y lograr la Independencia de Chile. También, esta tradición se confunde en esta “ciudad de bronce”, ya que el clero local ha estado algunas veces involucrado en estos hechos, pero desde el lado del progresismo y junto al pueblo más modesto. O sea, la ciudad de La Serena cuenta con muchísimas tradiciones, como esa que escuché, el otro día, en el Campo de la Alianza —en el Alto de Tacna—, cuando el guardia de ese museo me contaba que, en las tardes, aún se escucha el “perro de Coquimbo”, que después de más de 100 años todavía aparece buscando a su amo muerto en el campo de batalla. Y para qué decir de las gestas increíbles de valentía, lealtad y amor por el terruño de tal vez el mejor hijo de la historia de La Serena: Pedro Pablo Muñoz Godoy.

Desde este esplendor, se inicia el siglo XX en la ciudad de La Serena. Desde el peso de esta tradición, floreció literariamente con Manuel Magallanes Moure, Carlos Mondaca, David Perry (Ovalle), Víctor Domingo Silva, María Isabel Peralta y varios más. Resulta explicativa y poderosa la situación, cuando Gabriela Mistral ganó los “Juegos Florales”. Disputó el premio con un poeta coterráneo, Julio Munizaga Ossandón; decidió el premio, Manuel Magallanes Moure; el garante del premio y quien hizo la lectura del mismo, Víctor Domingo Silva. O sea, los cuatro poetas eran locales; eso no ha vuelto pasar ni está sospechado que pase. Obviamente, este culmina con el Premio Nobel a Gabriela Mistral y varios Premios Nacionales.

En los años 40 del siglo XX, empieza la música a disputarle el Parnaso a la literatura. Se crea la Sociedad Musical Juan Sebastián Bach (1944), y muchos de los fundadores se repiten el plato en la constitución del “Círculo Literario Carlos Mondaca”, cuyo primer presidente sería el Premio Nacional de Literatura, Alfonso Calderón Squadritto. Las actividades de esta agrupación fueron masivas, encabezadas por la poeta Luisa Kneer, y entre los muchos logros estuvo la creación de la “Plaza de los Poetas”, y de una lectura con la presencia del Presidente de la República de entonces, Gabriel González Videla. Pero, poco a poco, esta fue cargándose hacia la vida social, descuidando la creación y, finalmente, terminaron implicados con el Régimen cívico-militar. Esto disminuyó su influencia, y fueron apareciendo agrupaciones literarias relacionadas con los derechos humanos y claros opositores a la dictadura de Pinochet.

De todas maneras, en esa época se publicó algunas antologías institucionales y se hizo un par de congresos. En torno al Círculo Carlos Mondaca, se pasean algunos poetas emblemáticos, como Roberto Flores, Sylvia Villaflor, Benjamín Morgado, Odette Álvarez Musset (Ovalle), María Cristina Menares, Stella Díaz Varín, Jorge Eduardo Zambra y Fernando Binvignat. Este último fue postulado al Premio Nacional de Literatura con mucho énfasis; sin embargo, no lo logró, y este intento y otros, como el de Sabella, no dieron resultado.

Binvignat era reconocido como el poeta del norte, y dejó una impronta de confitería apapayada de poesía por La Serena y sus calles, declarándola: “madrigal de palomas”, “ciudad de bronce”, “pueblo de Dios”, “villa de regazo armonioso”, “dulce patria del clavel”, “comarca de campanarios”, “mansión de la primavera”, “residencia de los nardos”, “solar floreciente”, etc. Y, nadie como él, hizo de La Serena su leitmotiv. “Aquí he vivido apenas esta vida de infancia./ No tengo voz de hierro para gritar mi anhelo./ Maduraron mis rosas y no dieron fragancia./ Mis campanas volaron perdidas en el cielo.// Pueblo mío, mi vida te pertenece entera/ como el agua en el pozo de nuestras casas pobres./ Tiene tu atardecer algo de sus ojeras./ El sol vuelve a fundirse con tus minas de cobre.// El mar que a tu costado se aprieta, es noble mar/ que los corsarios bárbaros fecundaron de gloria./ Pueblo mío: ya nunca lo podrás escuchar:/ como los hombres tienes, sin querer, una historia.// Te quiero como a nadie, con un amor más fuerte/ que el de la tierra, más silencioso que el de un niño,/ te quiero como nadie nunca podrá quererte/, ni el corazón de Dios que me dio este cariño”xxi.

Después de 1973, quedaron destruidas las agrupaciones literarias de la región, con diáspora y miedo, con muchos poetas presos y algunos muertos. Cerca del 80 se empieza a reconstruir las instituciones de la cultura a pesar de la prohibición de reunirse. Nace el Instituto Fernando Binvignat y la filial SECH de la región. Más adelante, nacen los “Encuentros de la Cultura” y, para capear la censura, aparecen las reuniones en el sector populoso de Las Compañías y en la recién fundada, Universidad de La Serena. Además, surgen las revistas literarias: Lapislázuli, Poetas de Guayacán, La Añañuca, etc. Con la derrota de la dictadura empiezan a aparecer las asambleas públicas y los libros. Cuando su producción libresca es la más alta de su historia, se termina el siglo XX con el imperio de la globalidad y el desarme de los Géneros y de las Generaciones.

A comienzo del siglo XXI, con la partida democrática y de las leyes reparadoras de la cultura, surge una nueva institucionalidad del Estado (CNCA; ahora, ministerio) en el contexto regional y nacional. Empieza a regresar la diáspora y, con los nuevos cuentos, también surge el deseo de desligarse del centralismo anti democrático y asfixiante, exacerbado por la dictadura. Al amparo de las nuevas autoridades locales, elegidas democráticamente, germinan los Departamentos de Cultura y, con ellos, las organizaciones de vecinos y artistas. En La Serena, aparecen varios talleres y agrupaciones literarias, coincidiendo con la decadencia de las instituciones literarias nacionales, que agrupaban a artistas y escritores.

Huérfanos de institución representativa, una cincuentena de escritores y cultores de otras artes, formamos la “Sociedad de Acción y Creaciones Literarias de la Región de Coquimbo”, y para que no quedara duda de nuestro propósito optamos por un logo correspondiente a la greca diaguita: una la pareja cósmica y local. Se abordan acciones de arte en colegios, liceos, universidades y sectores poblacionales. Empezamos a publicar libros; se crea el “Premio Lagar”, y en su primera versión participaron 800 obras inéditas del país; se realizan viajes de lecturas a otras regiones y también a ciudades de Perú, Bolivia, Argentina, Francia y México. Recientemente la SALC estuvo a cargo del stand de Coquimbo en la FILSA (2012), resultando una experiencia exitosa, por la demanda bibliográfica de intercambio con el país y el extranjero, y con otras instituciones culturales relacionadas, lográndose acuerdos que serán poco a poco implementados. Antes que terminar ese año, una delegación de la SALC —y como parte de la delegación oficial chilena y propiciada por la institucionalidad cultural de la región y del CORE—, asistimos a la Feria Internacional del libro de Guadalajara (FIL), México, donde participamos en la propuesta de inserción internacional de la literatura de Coquimbo, y que, considerando los acuerdos, nos abre tremendas posibilidades de intercambios y publicaciones, bajo el influjo portentoso de Gabriela Mistral; porque creemos que la identidad cultural de La Serena (y del norte) es estratégico.

Lo identitario es un propósito central de SALC, por lo que “debemos revisar la forma en que, como nación en el mundo globalizado, somos capaces de tener una identidad propia, fuerte, que nos haga distintos al resto del mundo y también sea reconocida por nuestra propia población”. Es nuestro desafío mayor, no hay dudas, es capital. “La cultura global no existe. Lo que existen son culturas específicas que se globalizan, que adquieren hegemonía en el mundo, como ha ocurrido desde la época griega y romana; una cultura que tiene una localización concreta que se expande en el mundo, que empieza a ser hegemónica, difunde su idioma, su modo de vestir, y su alimentación. Es una cultura particular la que se globaliza y de la que se apropian los distintos países”xxii. Esto es fundamental si queremos sobrevivir y ser fuertes: un mundo local dentro del mundo, si no seremos, en el mejor de los casos, como los nombres autóctonos que aún se musitan al interior del valle, y que sólo son topónimos, etnónimos y sombras de lo que fuimos.

Por lo anterior, resulta gravitante la “voz de la tribu”, a pesar de esa sombra, de los adobones derruidos de la memoria serenense y de los mediocres gobiernos locales; ya que “el poeta consagra siempre una experiencia histórica, que puede ser personal, social, o ambas cosas a un tiempo”xxiii.

Y, a pesar de los más de 400 años de La Serena, no se había publicado una obra que reuniera autores en el ámbito de la poesía. Sólo se había publicado pequeñas muestras; textos institucionales y de agrupación de amigos de bar o de alumna aventajada reuniendo a sus poetas maestros; pero nada más allá de las narices. Es una falta mayor, ya que: “Las palabras del poeta, justamente, por ser palabras, son suyas y ajenas. Por una parte, son históricas: pertenecen a un pueblo y a un momento del habla de ese pueblo: son algo fechable. Por otra, son anteriores a toda fecha: son un comienzo absoluto. Sin el conjunto de circunstancias que llamamos Grecia no existirían la Ilíada ni la Odisea; pero sin esos poemas tampoco habría existido la realidad histórica que fue Grecia. El poema es un tejido de palabras perfectamente fechables y un acto anterior a todas fechas: el acto original con el que principia toda historia social o individual; expresión de una sociedad y, simultáneamente, fundamento de esa sociedad, condición de su existencia”xxiv.

Ahora, a partir de que SALC es la institución más gestora y aglutinante de los cultores de la poesía en la ciudad, ponemos a disposición del público una propuesta antológica parcial de poetas vivos de La Serena y entusiastas, en el marco de un proyecto del fondo del Gobierno Regional de Coquimbo, en esta hora suma, en que el individualismo exacerbado ha subidos a los altares de la república y las “pequeñas patrias” están copadas por el malestar y por las superestructuras sociales e, incluso, manipuladas por cierta intelectualidad oficialista que mama al cobijo del centralismo.

Esta antología de La Serena reúne a poetas vivos de todas las generaciones, mayoritariamente socios de SALC y a otros pocos relacionados con la institución: es un manoteo, intento de “una” muestra de la poesía que se produce en La Serena, al amparo de la humedad, de las campanas y del pisco sour, buscando que sea representativo; a pesar que, obviamente, no están todas las voces y a pesar de esa otra tradición: distractora, encorsetada y meada a gato. Pero, más que voces, hemos procurado que estén los poetas que militan activamente en la poesía.

Es cierto, que hoy la actividad es abundante, descuantificada y folclorizada; también farandulera y de poetas supuestos: algunos se han autopagado ediciones caras en editoriales sureñas o mapochinas —buenas estas para llevar el amén a los zopilotes—; y, aún más paradojal, hay una pequeña tradición de ex poetas opinantes, que suelen flanear por calles e instituciones culturales con semblantes graves y doctos.

Esta muestra puede ser evangélica y estítica, sin embargo, es una propuesta desde terruño, porque “cuando los hombres se reúnen y hacen una patria, realizan un acto de amor, porque la patria presupone una creación, y toda creación es un acto amoroso. Fijar una frontera no significa: Por aquí no se entra, sino Por aquí se pasa”xxv.

No hemos incluido algunos poetas que respetamos, como el caso de Walter Hoefler, Teresa Calderón, Cristian Vila, ni tampoco a los recientemente muertos, que aquí homenajeamos, sino a los más invisibles de los vivos; porque, los antes nombrados, los tenemos considerados en la próxima aventura, llamada: “Paso del Norte”. Y, por último, si no podemos salvar la madriguera, queremos salvar el fuego, ya que: “Lo que nos cuenta Homero no es un pasado fechable y, en rigor, ni siquiera es pasado: es una categoría temporal que flota, por decirlo así, sobre el tiempo, con avidez siempre de presente”xxvi.

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