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Opinión: Nos faltan 72 migrantes.

La noche anterior lo habíamos escuchado en las noticias, nos cayó como  un balde de agua fría, en México habían asesinado a 72 migrantes centroamericanos. Hay que ser indocumentado y atravesar territorios en las migraciones forzadas   y en absoluta clandestinidad para entender  la ansiedad, la ira, la paranoia y el inmenso dolor que deja en un ser humano una experiencia de esta magnitud. Jamás se vuelve a ser igual. 

 Recuerdo que al día siguiente yendo hacia el gimnasio me encontré en la entrada a un conocido mexicano, que cuando me vio se me lanzó encima totalmente acongojado y me abrazó fuerte y me pidió perdón en nombre de su pueblo,  él era oriundo de Tamaulipas. Se sentía avergonzado, lloró desconsolado en mis brazos, la muerte de los 72 nos pegaba fuerte a los dos y a los miles que hemos cruzado las fronteras de la muerte y por desgracia haberlas sobrevivido porque nos queda la memoria y el dolor de estar vivos. El preguntarnos todos los días, ¿por qué nosotros estamos vivos y ellos no?

La noticia se regó como pólvora y el mundo supo de un lugar llamado Tamaulipas y por unos segundos el peregrinar de  los migrantes indocumentados que atraviesan territorio mexicano en busca de Estados Unidos. Lo cierto es que quienes llevamos las huellas de la frontera en nuestra piel sabemos que el número es lo de menos, que todos los días desaparecen y mueren indocumentados en territorio mexicano y en la frontera. Que violan, golpean, torturan migrantes tanto policías mexicanos como los estadounidenses de la Patrulla Fronteriza. Que todos estamos expuestos. Que las mujeres somos las más vulnerables. Que antes de los 72 hubieron miles más, por docenas, por montones que se denunció  y las autoridades le dieron carpetazo. Que lo de los 72  fue la tragedia escalofriante,  como las  que hubieron  antes y que están ocultas ahí en las fosas clandestinas por el mismo gobierno mexicano.  En el desierto de Sonora-Arizona por el mismo gobierno estadounidense.

Si las aguas del río Bravo hablaran, si pudiera hablar la oscurana del desierto, si pudieran hablar los cactus, los caminos empolvados, aquellos cerros, las vías de tren. Ay, si yo pudiera olvidar, si pudiéramos olvidar todos los que somos post  frontera. Se nos secó el alma en la travesía.  Nos mataron a 72 hermanos, de ellos lo sabemos por las noticias. Pero nos han matado miles, han violado a miles de niños, niñas y mujeres. Les han quitado los órganos y desmembrado a miles y lanzado su carne a las llamas en un tonel lleno de gasolina para que no quede rastro alguno. Sus nombres han sido borrados de los registros de denuncias, las paredes de los centros de detención han sido testigos de la barbarie. Sus cuerpos cercenados quedan expuestos en las vías del tren. Se ahogan los gritos y el llanto de las niñas que son violadas en los vagones. Y los asaltan y los maltratan los mismos policías que forman parte de las bandas delictivas que se hacen millonarias a costillas del tráfico, tortura, violación, desaparición y asesinatos de migrantes indocumentados.

 Por desgracia después de los 72 han sido más. Cinco años después de aquella tragedia  se sigue criminalizando a los migrantes. Se ha triplicado en número de migrantes que emigran a fuerza de la denigración del sistema en sus propios países de origen. Se habla de país de origen, tránsito, llegada y retorno. Todos al final criminalizan al ser humano estigmatizado por su condición de indocumentado y extranjero. Lo re victimizan.

Nos faltan 72 migrantes indocumentados. Nos hacen falta miles alrededor del mundo. ¿Quién los nombra? ¿Quién los busca? ¿Quién los trata con humanidad? ¿Quién los visibiliza? ¿Quién los honra? Ningún ser humano es ilegal. ¿Quién será capaz de detener estas masivas migraciones forzadas? ¿Qué sistema? ¿Qué gobierno? ¿Qué humanidad?

Del ser humano indocumentado se aprovechan miles, directores de cine que con documentales se hacen un nombre y caminan en alfombras rojas y reciben distinciones presidenciales. También llenan sus cuentas bancarias con las regalías. Con el apoyo que reciben de organizaciones humanitarias que les creen lo de buena fe y honestos.

 Del indocumentado se aprovechan los gobiernos, las redes de trata de personas, los mismos presentadores de noticias que brillan cuando masacres como la de la 72 los coloca en tarimas por la cobertura amarillista que jamás denunciará a los que debe,   y los premia con distinciones en diplomas, trofeos y cheques.

Del indocumentado se aprovecha el chucho y el coche. Pero quién, ¿quién lo dignifica?

 ¿Y la sociedad? ¿Los intelectuales? ¿Los que pertenecen al gremio de los titulados y organizaciones sociales? ¿Los que oran día y noche? ¿Quién en potestad ocupa su espacio de difusión para nombrar a los migrantes indocumentados? ¿Para exigir sus Derechos Humanos? ¿Para exigir que se juzgue a los culpables de este genocidio mundial?

¿Y usted que lee estas letras, qué está haciendo para visibilizar esta barbarie? ¿Qué está haciendo para detenerla? ¿Usted se atrevería a nombrarlos?

 Por los 72. Por los miles alrededor del mundo.  Por los que ya no están, por los que  están y por los que vienen. Por los que somos post frontera, qué el dolor de estar vivos nos sea breve.

Ilka Oliva Corado.

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