Salen de sus casas: en aldeas, pueblos, cantones, caseríos, arrabales…, sin rumbo fijo, como hojas secas arrastradas por el viento, muertas en vida, calumniadas, golpeadas, abusadas, rechazadas y estigmatizadas.
Poco se sabe de ellas; se les invisibiliza, el Estado las margina, las margina la sociedad, el clasismo, el racismo y las mancilla el patriarcado. Su país las obliga al abandono y a la migración.
Se van por las vías de los trenes, en furgones, en vagones, entre cerros y montañas, duermen en las banquetas, en los vertederos, atraviesan desiertos, ríos, alambrados. Corren sin descanso: angustiadas, con el miedo atravesándoles las sienes, con la boca seca, con la piel raída, con la mirada perdida, con la decisión firme y con la potestad de parias.
Con la sangre empapando sus piernas, con los pezones lechosos, con la misma mudada, con los zapatos rotos, con hambre, con sed. Desveladas, asustadas y aturdidas. Migran en parvadas, cientos todos los días.
En el camino las vuelven a estigmatizar, las vuelven a violar, a golpear, a marginar. Doble angustia, se profundiza la ansiedad, la paranoia se instala en la sangre y palpita como taquicardia en sus corazones insobornables.
Dejan su tierra, el nido, sus crías, sus sueños. A rastras se llevan sus dolores, desilusiones y frustraciones, como carga obligatoria, como el lastre ancestral de las mujeres marginadas.
Se van en busca de vida, vida para sus crías. Se van en busca de aire, de tierra firme, de una oportunidad. Pocas lo logran, pocas logran llegar al final del viaje; en el trascurso muchas son desaparecidas, asesinadas, enterradas en fosas clandestinas, derretidas en ácido, quemadas con gasolina. Abusadas en la trata de personas para fines de explotación sexual, laboral y tráfico de órganos. Niñas, adolescentes y mujeres terminan sus días en casas de citas, bares y bodegas, como servicio al cliente; donde les pegan y las violan hasta matarlas.
Otras mueren en los desiertos, en la sequía, entre huesos de otros que también buscaron llegar, entre cactus y polvaredas. Se ahogan en los ríos y flotan como desperdicios que nadie ve, o que ven y no importan. Quedan en las líneas de los trenes cuando caen de los vagones o las avientan los cuatreros después de haberlas asaltado y violado.
De ellas poco se habla, existen solo si logran llegar al otro lado y se transmutan para convertirse en remesas, entonces las clasifican por números, por fechas de envíos y por depósitos. Les arrebatan de nuevo, tal como lo hizo el país de origen: su dignidad, su esencia de personas, de seres humanos y también, de nuevo las transforman en objetos, en la mano de obra barata que en la diáspora también es una paria más, como las miles que migraron, están migrando y migrarán.
A ellas mi reverencia en el Día Internacional de la Mujer. Loor a las migrantes en tránsito.