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Plan Serena: el experimento que desafió el centralismo a mediados del siglo XX

A fines de los cincuenta, el Plan de Fomento y Urbanización para la Región de Coquimbo revitalizó por completo la ciudad de La Serena, a través de un ejercicio mixto de planificación que combinó el rediseño con la conservación patrimonial.

La ciudad de La Serena ha ganado la reputación de poseer una gran calidad de vida. Así lo avala el Índice de Calidad de Vida Urbana (ICVU), desarrollado por la Cámara Chilena de la Construcción, informe que ha posicionado a la capital de la Región de Coquimbo por sobre la media en los últimos tres años de realización del estudio. Pero, más allá de los aspectos cuantificables de esta urbe, La Serena se ha caracterizado por un diseño e infraestructura distintivos. Iconos como El Faro monumental o la Catedral de La Serena la vuelven un punto de interés turístico, pero también arquitectónico.

Este último aspecto resulta el más peculiar, pues se aprecia una uniformidad en el diseño de todo su casco histórico, mostrando construcciones modernas, pero con marcados elementos que se asemejan a la arquitectura colonial del siglo XIX. Su paisaje urbano, dominado por las tonalidades rojizas y blancas, es un cruce que evoca los colores utilizados por el pueblo diaguita en su alfarería.

Todos estos elementos, aunque en una lógica propia de la zona, provienen de un ejercicio de planificación urbana estatal denominado Plan de Fomento y Urbanización para la Región de Coquimbo o Plan Serena. El proyecto representó una respuesta al centralismo de la capital e implicó un completo rediseño del entorno urbano entre 1948 y 1952 que costó $1.600 millones de pesos de la época.

Una inversión sin precedentes que, para el Presidente del periodo y gestor del proyecto, el serenense Gabriel González Videla, significaba crear otro polo de desarrollo urbano alejado de la capital. El primer mandatario, una figura controversial hasta la actualidad, en sus últimos años justificó el proyecto en sus memorias señalando como objetivos:

Hacer de toda esta privilegiada pero pretoria región, un solo núcleo urbanístico, un solo gran conglomerado humano, en que todo se reúne en un conjunto armónico, de la lógica función, de bellas perspectivas, de fáciles vías de comunicación para su industria y productos agrícolas, como para el confort, alegría y seguridad de sus habitantes”, escribió González Videla en 1975.

Para Diego Vallejos Oberg, académico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, este plan urbano -ejecutado por el arquitecto urbanista de la Universidad de Chile Guillermo Ulriksen y el paisajista alemán Oscar Praguer- significó una propuesta disruptiva, incluso hasta la actualidad. “Se piensa como el primer ejercicio de descentralización de Santiago, ya que Videla considera que Santiago no solo tiene cierta injusticia territorial, sino que en el fondo hay una migración de todas partes del país hacia Santiago y en el fondo eso también implica un vaciamiento de partes importantes del país”, destaca el arquitecto.

Rediseñar una urbe para todas y todos

El Plan Serena representa un caso único en el país. Al ser una propuesta de diseño tan invasiva, su implementación requirió derribar y reconfigurar iconos patrimoniales que previamente conformaban la ciudad de La Serena. Estas decisiones, para el profesor Vallejos, se enmarcan en un debate vigente entre conservación patrimonial y desarrollo urbano, que siguen sin tener un consenso claro.

“Creo que a veces nos congelamos frente a lo que hicieron las y los grandes autores del pasado para poder ofrecer algo equivalente. En ese sentido, es importante el respeto a nuestra memoria, pero ¿cómo eso debería convivir o podría convivir en una ciudad en completo desarrollo? Esto con el input y con las nuevas ideas de los nuevos arquitectos y urbanistas”, opina el académico.

Mariela Gaete-Reyes, académica del Instituto de la Vivienda de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, complementa que es complejo lograr un balance entre patrimonio y desarrollo urbano. Al respecto, la arquitecta apunta a los problemas de accesibilidad presentes en muchos edificios de carácter patrimonial.

“Hay ciertos edificios patrimoniales a los cuales no se les puede hacer nada, entonces -en ese sentido- no todos los edificios se podrían adaptar. Ahora bien, aquellos que no están dentro del Consejo de Monumentos Nacionales sí se pueden adaptar, pero para ello se necesita que arquitectos y otros profesionales y personas con discapacidad efectivamente trabajen de manera colaborativa para que se pueda adaptar, digamos, un edificio y que efectivamente sea accesible”, plantea.

Muchas veces accesibilidad se asocia a dar respuesta a las necesidades de personas con una discapacidad física. Sin embargo, como señala la profesora Gaete-Reyes, es importante destacar que existen problemas de accesibilidad tanto en aspectos cognitivos como sensoriales, volviendo importante pensar el diseño desde esas áreas. “Se ha enfocado en personas usuarias de sillas de ruedas cuando se habla de accesibilidad, pero quedan de lado las necesidades de personas con otros tipos de discapacidad”, comenta la académica.

De esta forma, surge el concepto de la corporalidad al hablar de diseño urbano, un concepto ampliamente estudiado por Mónica Díaz Vera, investigadora y arquitecta feminista de la Universidad de Chile. “Todos habitamos un lugar y para ello utilizamos nuestro cuerpo, el cual también -a la vez- es el resultado de ese entrelazo que nosotros efectuamos con los diversos materiales del mundo, ya sea el espacio de lo físico, lo cultural y lo social. Entonces, los cuerpos se convierten en verdaderos productores de espacio”, afirma la arquitecta, quien señala a la corporalidad como un elemento clave dentro de la urbe

Fue así como en 2014 surgió el Laboratorio del Cuerpo en la Ciudad, instancia que dirige Mónica Díaz, y que surgió en un Curso de Formación General de las carreras de Diseño, Arquitectura y Geografía dentro de la Universidad.

“La ciudad la tenemos a la altura de los ojos. Entonces, mi llamado, también a los profesionales, estudiantes, y hasta los mismos habitantes, es también centrarse en valorar las experiencias de los otros cuerpos y también de nuestros mismos cuerpos, cosa de poder generar un mayor apego, identidad y representatividad”, propone la investigadora.

Fuente: Universidad de Chile

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