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¿Por qué amamos las papas fritas? La ciencia apunta a nuestro ADN prehistórico

Un estudio científico revela que la preferencia por los carbohidratos, como los presentes en las papas fritas, tiene raíces evolutivas que se remontan a cientos de miles de años.

Las papas fritas no solo son un clásico de la comida rápida y el acompañamiento ideal de muchas preparaciones. También generan un tipo de placer inmediato que muchos identifican como adictivo. ¿Por qué nos cuesta tanto resistirnos a ellas? 

La respuesta no estaría únicamente en su sabor o textura crujiente, sino también en nuestros genes. Investigadores de la Universidad de Búfalo y del Laboratorio Jackson, en Estados Unidos, han encontrado evidencias de que la atracción por los alimentos ricos en almidón está profundamente ligada a un cambio genético que ocurrió hace más de 800.000 años.

El estudio, publicado por un equipo de genetistas evolutivos, se centró en el gen AMY1, que codifica una enzima presente en la saliva y cuya función principal es digerir el almidón. Este gen no es exclusivo del ser humano moderno, pero los científicos descubrieron que su número de copias en nuestro ADN aumentó de forma significativa en algún momento del pasado remoto, mucho antes del desarrollo de la agricultura. 

En otras palabras, nuestra capacidad para procesar carbohidratos se fortaleció cuando aún éramos cazadores-recolectores. Esto tiene sentido si consideramos el contexto evolutivo. Durante cientos de miles de años, obtener suficientes calorías era un desafío diario. 

En ese escenario, los carbohidratos como el almidón ofrecían una fuente rápida y eficiente de energía. Por eso, quienes desarrollaron más copias del gen AMY1 probablemente tuvieron una ventaja en la supervivencia. No solo podían digerir mejor estos alimentos, sino que también los preferían. Así, el gusto por lo que hoy reconocemos en las papas fritas podría haberse fijado en nuestra biología desde tiempos muy antiguos.

Este hallazgo también ayuda a entender por qué alimentos con altos niveles de almidón, como el pan, la pasta, el arroz o las papas, generan una respuesta emocional tan fuerte. No es solo una cuestión cultural o de hábitos modernos. Hay un componente biológico, casi instintivo, que nos empuja a buscarlos, especialmente cuando están preparados de manera sabrosa. Su combinación de almidón, grasa y sal crea un cóctel irresistible para nuestros sentidos.

Otro aspecto interesante del estudio es que la duplicación del gen AMY1 no ocurrió de manera uniforme en todas las poblaciones humanas. Algunos grupos tienen más copias que otros, lo que sugiere que las dietas tradicionales de ciertas regiones podrían haber influido en la evolución genética de sus habitantes. Esto también podría explicar por qué algunas personas toleran mejor los carbohidratos o por qué tienen una mayor o menor preferencia por ciertos tipos de alimentos.

Aunque el consumo excesivo de carbohidratos hoy está asociado a problemas de salud como la obesidad o la diabetes, es importante recordar que en el pasado estos nutrientes eran esenciales para la supervivencia. Nuestro cuerpo aún responde con gratificación cuando recibe almidón, porque durante milenios fue una señal de alimento abundante y energético.

Este tipo de investigaciones abre una puerta a comprender mejor cómo la evolución ha moldeado nuestros gustos alimentarios. También nos invita a reflexionar sobre el equilibrio entre lo que nuestro cuerpo desea por herencia biológica y lo que realmente necesita en el contexto de la vida moderna. En definitiva, tal vez la próxima vez que tengas antojo de unas papas fritas, no sea solo una cuestión de gusto: podría ser tu ADN hablándote desde un pasado muy, muy lejano.

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