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Pedro León Gallo no era regionalista

CONMEMORACIÓN DE LA BATALLA DE CERRO GRANDE, 29 de abril de 1859

Por Arturo Volantines

Es cierto que la derrota de Cerro Grande fue estruendosa. Sin embargo, estamos aquí.

Se buscó exterminar a los revolucionarios. No se les dio tumbas ni rezos. Se les condenó a muerte. No fueron perdonados; nunca hubo armisticio ni una ley en la dictadura de Montt a favor del pueblo. Aún más, se les siguió persiguiendo. Muchos se salvaron de ser fusilados por el exilio y muchos otros murieron en el exilio. Pero, la revolución trizó el poder conservador. Y tuvimos en Chile un largo periodo liberal.

Es cierto que se ha querido poner un manto de olvido. Pedro León Gallo volvió del exilio. Fundó el Partido Radical. Y las ideas de la revolución se volvieron un río que cambió al país.

Pedro León Gallo siguió luchando por la educación pública, el derecho al sufragio, la incorporación de la mujer a la vida pública, el fomento a la industria y a la producción, la abolición de la pena de muerte, etcétera. Propició en su calidad de parlamentario: la ley de matrimonio civil, la de los cementerios laicos, de la libertad de imprenta, la de comercio, la de asociación, entre otras. Lidió denodadamente para separar la Iglesia del Estado. Fue partidario de una “Iglesia libre en el Estado libre”[1]. En fin, por sus oficios, se crearon un sinnúmero de leyes, para mejorar la vida del pueblo chileno y, por ende, para despertar a América Latina.

Pedro León Gallo murió, como vivió: rodeado y amado por su pueblo. Tanto, su regreso del exilio, como su muerte no han sido superado en la conmoción pública.

No fue suficiente. Los mismos que debían ser los custodios de la memoria solo se llenaron de futilidad del presente. Perdieron la tradición. Por lo mismo, perdieron el sendero y se engolosinaron: cambiaron poder por granjerías. Se acomodaron a lo que le proponía el imperio. Y la sustancia de la identidad se les volvió polvo y olvido. Ni siquiera conservaron la bandera. Entonces, vieron a sus padres de yeso, que solo servían para rituales y disfraces. Se volvieron hueros. Tan hueros, que en nombre de la causa araban contra la causa.

Es cierto que el propósito de ser respetado y reconocido es zigzagueante. Nuestros monumentos agonizan y son oxidados por los perros y buitres. El sujeto local es sumiso y está con su desidia ayudando a los que no quieren vernos; a los que les conviene no vernos.

Se han dado pasos pequeños; avance en el auto reconocimiento. La bandera atacameña ha ondeado en la plaza de Copiapó. Se han buscado formas pacíficas en búsqueda de ser reconocidos, tal como lo dice Vicente Pérez Rosales respecto a nuestra distinción. Somos un lugar en el mundo. Y esta emancipación puede demorar siglos. No se puede tapar el sol atacameño, que casi todos los días nos recuerda: quiénes somos y, sobre todo, hacia dónde vamos.

Este libro es otro paso de pasos que damos. Y otros tantos, que estamos dispuesto a dar. Esta generación se aproxima al camino, que se nos viene aclarando. Y que es el camino que nos heredaron nuestros padres tutelares. “Ningún egiptólogo ha visto a Ramsés. Ningún especialista de las guerras napoleónicas ha oído el cañón de Austerlitz”[2]. Por lo mismo, estos testimonios son legítimos e imprescindibles, para reconstruir el relato identitario del Norte Infinito.

Aprendamos del chañar. Árbol autóctono de Atacama que florece de sol y de abejas, aunque pareciera arisco. Es un fruto de oro: duro, dulce e intenso. Cuando madura en el desierto suele caer a la tierra. Cuando el abandono y el polvo le cubren puede este estar así varios años: bajo las dunas. Sin embargo, no pierde su dulzura y su propósito. Cuando tenemos hambre es el chañar mismo que nos despierta y nos convoca. Está siempre despertándonos, como ahora: con paciencia y entereza.

Pedro León Gallo y los cientos de hijos e hijas del Norte Infinito —que se ofrendaron en la Revolución Constituyente—, cosechan nuestro absoluto fervor y gratitud. No fue en vano. No fueron regionalistas; fueron patriotas, tal como lo señaló Gabriela Mistral.


[1]             Conde de Cavour, Camillo Benso (1810—1861).

[2]             Bloch, Marc; Introducción a la historia, pág.: 42; Fondo de Cultura Ecónomica,1952, México.

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