Por Cristián Brito Villalobos
Periodista y escritor
Viendo fotos antiguas me encontré con un recuerdo de años, imágenes de un cementerio en el desierto de Atacama, cerca de las abandonadas salitreras. Fotos que tomé hace unos 15 años en un viaje de Antofagasta a Chuquicamata. Esos cuerpos enterrados, de gente desconocida, cuya identificación se resumía a una vieja cruz de madera que se desvencijaba producto del sol furioso, algo guardaban. Secretos que solo ellos sabían. Vidas y experiencias que se evaporaron junto a sus existencias. La muerte, siempre presente. Veo las noticias y no puedo evitar el miedo. Veo lo que pasa en Ecuador, donde cuerpos son apilados y quemados en las calles. Cómo los grandes imperios se derrumban por un virus microscópico. Vivimos una época bisagra en la historia de la humanidad. En literatura mucho se ha escrito sobre pandemias, como La Peste, de Albert Camus, o Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. Ambas novelas nos desafían a reflexionar sobre lo endeble que somos. A tener presente, siempre, que nuestras vidas penden de un hilo cada segundo, pero lo obviamos, lo sabemos, pero el miedo nos hace aislar esos pensamientos. La ficción es realidad, ha quedado más que demostrado. Cada día hay más muertos. Cada día hay más contagiados. Es difícil ser optimista. La depresión en este periodo es algo predecible. En Ensayo sobre la ceguera, un hombre conduce su auto como cada día y al llegar a una luz roja su visión se evapora, y un manto como leche blanca radiante se posa sobre sus ojos. No hay explicación. Luego otros se infectarán de esta extraña enfermedad. Muchos mueren, reina el caos, y el ser humano se ve finalmente enfrentado a sí mismo, poniendo en juicio su ética a cada momento. En el cementerio del desierto de Atacama muchas tumbas estaban abiertas. Había huesos que se resistían a desaparecer. Huesos que relataban una historia inaudible. Como dice estos versos del poeta Oscar Hahn: “Curiosa es la persistencia del hueso/ su obstinación en luchar contra el polvo/ su resistencia a convertirse en ceniza”. Cuando esto pase, los que sobrevivan lo relatarán. La historia hará su trabajo. Todo se reducirá a documentos y archivos de prensa. Pero los cementerios jamás desparecerán. Pero la vida sigue su curso, y hay que continuar luchando, tratar de ser positivos, ser empáticos y solidarios. Estamos, como ciudadanos y personas, interpelados. No hay que evadir la realidad, se debe asumir. Todos estamos en peligro. Por ahora solo sabemos una cosa: El miedo nos une. El miedo nos distancia.