De entrada, Gabriela señala:“Somos las gentes de esta zona de Elqui mineros y agricultores en el mismo tiempo. En mi valle el hombre tomaba sobre sí la mina, porque la montaña nos cerca de todos lados y no hay modo de desatenderse de ella…”.
Continúa, diciéndonos cómo se ha ganado el derecho de hablarnos, tanto viendo todo lo bueno que representa un acontecimiento o fenómeno, como también con merecidos reproches de recio sentido ético:
“…esta alabadora tiene el derecho de dar algunas veces a su alabanza el sabor agridulce de la crítica y de la imposición de obligaciones, porque también ella nació como una guardiana de la vida y como una socia natural de todos los negocios vitales.”
Sin duda, a Gabriela Mistral, que dio cabal muestra de su permanente atención en todos los negocios vitales, a través de su profundo sentido humanista, que en una mano lleva su preocupación sentida por el destino de los suyos: el mujerío, las niñas y niños, los campesinos y las trabajadoras; y en la otra mano, su preocupación desde muy temprano, por el urgente desarrollo agrícola e industrial que lleve dignidad y pan a la mesa de los suyos, el proyecto minero Dominga le hubiera interesado. Lo hubiera mirado con su corazón infinito y de su voz profundísima tendríamos su palabra llena se sentido espiritual, para la generación actual y las venideras, pero llena también de enorme sentido práctico. Quién más que ella, sabía de las necesidades urgentes de su amado pueblo empobrecido.
Reflexiona, cómo el negocio minero de gran tradición en el país, tarde o temprano se acaba, no así la agricultura que vive de una tierra siempre leal, señalando:
“Aseguran que Chile será siempre el país que coma de salitre y de metales y de una industria adulta, que ya tenemos nacida. El salitre se ha de ir, tarde o temprano; las minas ya ralean; los Coquimbos y los Atacamas pasaron y Rancagua ha de pasar con esos dos mayorazgos del metal cúpreo y blanco. La tierra, en cambio, es la lealtad misma; yo no sé darle en el viejo amor fuerte que le tengo mejor nombre que ese de leal.”
Luego, Gabriela compara la experiencia de la minería y la agricultura, en la moral y el espíritu de trabajo de la comunidad, donde su corazón campesino apuesta por el trabajo modesto y silencioso de la tierra, que señorea nobles valores humanos.
“La peor tradición que puede heredar un pueblo es la de la riqueza minera. En esta provincia (la de Coquimbo), cada almohada de hombres sustenta sueños de millones. El cuento de nodriza que cada niño coquimbano ha oído es ‘la mina fabulosa’, las barras de plata o de cobre de Condoriaco y La Higuera, que esta generación no ha visto. No es sueño de codicia: es sencillamente de pereza. Todo hombre de aquí es un minero natural, sin linterna ni jadeo, y hasta las mujeres enumeran sus barras, y yo me siento pobre de solemnidad cuando oigo la enumeración de pertenencias, a cuyo reparto he llegado demasiado tarde…
En días pasados, ha venido a mi casa un viejecito, con la marca del hambre en la cara, una especie de castellano enjuto, pulcro y silencioso. Me han contado que apenas reúne los cuatrocientos pesos anuales que tiene que pagar de patentes de minas. No las explota (¡con qué las va a explotar!); no las vende (¡a quién las va a vender!); ve solamente modo de conservarlas, y no come: almuerza su mate amargo y cena una sopa. Pero tiene medio costado de cerro bruto…Esta patente es aquí universal: cuesta hallar quien esté libre de su carga.El Tofo sigue como un espejo ardiente, alucinando los ojos de los pobres mineros, dueños de hoyos llenos de piedra ciega. Si no tuviéramos El Tofo acaso no se esperara mes a mes la comisión yanqui, y se pusieran, mi viejo ayunador y los tres mil mineros que pagan patentes, a hacer una hortaliza modesta, el huerto suizo, que sustenta a diez mil hombres mejor que un Tamaya en decadencia. Pero ahí está El Tofo, para justificar sueños y perezas.-Andamos mal, pero ya vendrán los tiempos grandes; llegarán otros gringos como los de El Tofo, y verá usted…Mientras viene este mesías inglés, ellos no cultivan la cuadra o la hectárea de suelo que tienen. ‘La tierra da tan poco’…Es cierto: no da, la muy austera, para vicios, para automóviles ni para mujeres: pero da de comer a peones y amos, y los obliga a la sobriedad. Del agro viene una especie de código natural de economía, y los pueblos agrarios son pueblos morales por sensatez.”
- Rodrigo Marcone
- Instituto América Gabriela Mistral