Las alarmante cifras respecto al incremento insostenible de la obesidad a nivel mundial, que pareciera no tener freno, nos hace preguntarnos si verdaderamente hemos perdido la batalla contra esta “enfermedad”.
Según la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad, 1 de cada 4 personas en el mundo será obesa para el 2045, aumentando del 17% actual a un 22% a nivel mundial. En chile, un tercio de la población, 31,2% es obesa, con un crecimiento de un 1% al año, lo cual implica también el incremento del gasto en salud, no solo del estado, sino que también familiar. ¿Razones?, creo que sabemos bastante de muchas de ellas, ya que se repiten constantemente en diferentes encuestas que se realizan a la población.
En un primer lugar la obesidad infantil, en la revista Endocrinology (2018), un estudio señala que los antecedentes familiares de obesidad y enfermedades cardiometabólicas son factores de riesgo importantes para el inicio de la obesidad precoz en la infancia y están relacionados con la gravedad de la misma. En un segundo lugar se presenta la alimentación, tenemos diferentes campañas referidas a este aspecto, la ley de etiquetado por ejemplo. En este sentido la población está prefiriendo un mayor consumo de productos ultraprocesados (galletas, snacks, bebidas energizantes, salchichas y otros embutidos, etc.) por ser cómodos, útiles, prácticos y fáciles de preparar. Estos contribuyen al aumento de los índices de obesidad al concentrar un 58% de las calorías y 89% de azúcar. En tercer lugar, pero no menos importante, se encuentra la inactividad física, la cual presenta una mayor incidencia en la tasa de mortalidad más que la obesidad. Un estudio publicado recientemente en Lancet (2018) demuestra que la obesidad representa un alto factor de riesgo de enfermedad cardiovascular.
Sin embargo aún sigo pensando que la mayor fuente de prevención es la educación, pero lamentablemente en el mundo de hoy nos vemos enfrentados a varias situaciones que no nos permiten adoptar un mejor estilo de vida, como por ejemplo: un alto precio de las comidas llamadas saludables, horarios de almuerzo muy cortos (45´), el incipiente aumento de las cadenas de comida rápidas, el poco valor a la comida casera, pocos espacios para el deporte, poco tiempo para el ocio, etc.
Ante esto, debemos como educadores del movimiento insistir en la educación y no la “prohibición”, motivar la adopción de hábitos saludables y no la segregación por apariencia física o rendimiento, trabajar con los apoderados en las reuniones de colegio, tal vez como dirán algunos, será la crónica de una muerte anunciada, pero estamos convencidos que la educación es y seguirá siendo el camino.
Juan Maureira Sánchez
Académico
Universidad Central La Serena