El inédito monitoreo demostró que los árboles nativos liberan dióxido de carbono a la atmósfera frente a eventos como sequías. La pérdida y degradación de los bosques y el impacto del cambio climático empeoran el escenario que enfrenta el país.
Cuando hablamos de cambio climático es común pensar en el aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, siendo el dióxido de carbono (CO2) el más emblemático por su rol en el calentamiento global. Los bosques capturan y almacenan CO2, pero en ocasiones pueden liberarlo. Por ello, un equipo de científicos realizó el primer estudio que mide de forma directa los flujos de carbono entre un bosque nativo de Chile y la atmósfera, evidenciando la alta sensibilidad de estos ecosistemas a las variaciones climáticas.
La investigación, que fue publicada por la revista científica Ecosphere, se llevó a cabo durante dos años – a partir de 2013 – en el bosque templado de la Estación Biológica Senda Darwin, isla de Chiloé, en la Región de Los Lagos. Este bosque antiguo, que posee entre 300 y 400 años, es representativo de los bosques templados siempreverdes del sur de Sudamérica, y está dominado por especies como el coigüe de Chiloé, mañío y canelo.
“Los bosques maduros están cerca del equilibrio en cuanto al balance de carbono. Estos bosques tienen un clima templado con mucha influencia oceánica, por lo que la variación de temperatura es menor dentro del año. Esto hace que el bosque pueda absorber carbono incluso en invierno, cuando las temperaturas lo permiten. Sin embargo, esto también implica que en verano el bosque emite carbono, particularmente cuando no llueve y el suelo está muy seco”, explicó Jorge Pérez Quezada, uno de los autores del estudio, investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y académico de la Universidad de Chile.
En el trabajo participaron investigadores del IEB, Universidad de Chile, Universidad Católica, Universidad Católica de Valparaíso y de la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC, España). El equipo utilizó dos torres con sensores que miden los flujos de CO2 entre el bosque y la atmósfera, lo que permite calcular el balance de carbono, es decir, las diferencias entre las capturas y las emisiones.
Esta primera torre, de 42 metros de altura, se instaló en el bosque, mientras la segunda torre, de 3 metros de altura, se dispuso en una turbera del sector norte de la isla. Ambos ecosistemas poseen una gran capacidad para almacenar carbono en comparación a otros del sur de Chile, además de ser fundamentales para la regulación del ciclo hídrico. No obstante, tanto los bosques como las turberas se encuentran cada vez más amenazados por la actividad humana.
“Los bosques antiguos almacenan grandes cantidades de carbono en los troncos y suelos, y las turberas almacenan carbono en el suelo por milenios. Si son degradados o destruidos, como es la tendencia actual en Chile, el efecto será un calentamiento mayor del clima regional y global, además de generar efectos sobre otros componentes del clima, como las lluvias o anegamientos”, señaló Juan Armesto, otro de los autores del estudio, investigador del IEB y académico de la Universidad Católica.
La deforestación y el “oro” chilote
El balance de carbono en la atmósfera depende de la capacidad que tienen los ecosistemas para capturar y almacenar carbono en los suelos o en la biomasa vegetal, y de las emisiones de carbono que se producen por la descomposición natural de materia orgánica, ya sea por mortalidad o degradación.
No obstante, los factores de origen humano alteran aún más las concentraciones de carbono. La mortalidad de árboles por incendios forestales, tala o por la agricultura son actividades que aumentan las emisiones de CO2 en la atmósfera y provocan, a su vez, el calentamiento del clima. A esto se suma la situación que atraviesa el musgo o “pompón” de las turberas, calificado por muchos como el “oro chilote”, cuya explotación indiscriminada pone en jaque la disponibilidad de agua en la zona.
Armesto advirtió que “este estudio es muy relevante porque los bosques nativos de Chile están siendo degradados o eliminados para usar el suelo con fines agrícolas o para ser reemplazados por plantaciones forestales. Todos estos procesos tienden a disminuir el papel de nuestros bosques en la captura de carbono y, por ende, se pierde su efecto como moderador del calentamiento global”.
“El cambio climático hará a nuestro país más cálido y seco. Esto podría impactar seriamente estos ecosistemas que no están adaptados a estas nuevas condiciones. Por otro lado, es esperable que la población en nuestro país siga creciendo y, con esto, la presión sobre los recursos naturales. Sería interesante poder monitorear el resto de los ecosistemas de Chile y tener nuestra propia red de sitios de estudios a largo plazo sobre flujos de carbono y otros gases de efecto invernadero”, sentenció Pérez Quezada.