Se estima que 700 millones de personas pueden ser desplazadas de aquí al 2030 por la escasez hídrica, mientras en nuestro país comunidades rurales y científicos trabajan en innovadores proyectos para dar una solución definitiva a este grave problema. El llamado es a promover una nueva “cultura del agua”, basada en la gestión sustentable de cuencas, a través de las soluciones que otorga la propia naturaleza.
Si bien el 72% de la superficie de la Tierra está conformada por agua, el 97% de esta corresponde a agua salada y solo el 2,5% restante es dulce y apropiada para el consumo humano, sin embargo, menos del 1% es de fácil acceso. Si el planeta fuera una manzana, la capa de líquido sería más delgada que la cáscara de la fruta, siendo aún más escasa el agua dulce. Esto nos revela que no es un bien natural tan abundante como parece.
Por el contrario, se estima que alrededor del 40% de la población mundial sufre la falta de agua, y que 700 millones de personas pueden ser desplazadas de aquí al 2030 por la carencia de este recurso, según el último informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial. Por otro lado, en Chile más de 400 mil habitantes no tienen acceso al agua potable.
La crisis del agua abarca múltiples dimensiones y es consecuencia, en gran medida, de la gestión deficiente e insostenible que no ha logrado el equilibrio entre la disponibilidad, la oferta y la demanda de los recursos hídricos. A esto se suma el crecimiento de la población, la expansión urbana y agrícola, el cambio climático y la poca valoración de este elemento.
“La escasez de agua para uso humano está directamente relacionada con el mal manejo que los seres humanos realizan sobre ecosistemas como bosques y humedales, que son verdaderas ‘esponjas’ naturales que captan y almacenan el agua de las lluvias”, señaló Cristián Frêne, hidrólogo del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), quien ha trabajado durante 10 años en el manejo de cuencas en el sur de Chile para solucionar la crisis hídrica.
Por esta razón, Naciones Unidas estableció el 22 de marzo como el Día Mundial del Agua, cuyo tema de este año es la “Naturaleza del agua”, enfocándose en cómo la naturaleza puede ayudarnos a superar los desafíos que plantea el agua en el siglo XXI.
En el caso de Chile, más de 400 mil personas no tienen acceso al agua potable, en especial en zonas rurales que dependen de camiones aljibes para su suministro. Un caso particular es Chiloé, en la Región de Los Lagos, que sufre un grave déficit hídrico estival pese a ser un territorio donde las precipitaciones son abundantes y suelen superar los 2.000 mm anuales. En 2016 la falta de agua azotó a más de 7.500 familias, siendo las comunas más afectadas Ancud, Quemchi y Dalcahue.
La respuesta está en la naturaleza
El origen del déficit hídrico en Chiloé se debe al uso insostenible de sus ecosistemas. El archipiélago no cuenta con cordilleras suficientemente altas para almacenar agua en forma de nieve, lo que lo transforma en un territorio frágil y vulnerable a la escasez hídrica. Si sumamos la falta de ordenamiento territorial y la sobreexplotación del bosque nativo y las turberas, principales reservorios de agua en el archipiélago, tenemos como resultado una disminución del agua disponible para uso humano.
El manejo inadecuado que actualmente se realiza en los predios para la actividad forestal, agrícola y ganadera está alterando el paisaje de la provincia e impide el almacenamiento natural del agua en los suelos, afectando el buen funcionamiento de los ecosistemas, la calidad de vida de sus habitantes y el desarrollo socio-económico local.
Por esta razón, y en el marco del fondo de Innovación Social financiado por el Gobierno Regional de Los Lagos y Corfo, los científicos del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) trabajan junto a la comunidad rural de Catruman, ubicada en la comuna Ancud, para establecer una “Red Participativa de Agua Potable”, iniciativa que pretende solucionar el problema de abastecimiento de agua en la localidad a través de una red de agua potable, el monitoreo hidro-climático y un plan de ordenación de las actividades productivas que se realizan en la microcuenca donde se origina la fuente de agua.
“Este trabajo es a escala de microcuenca, que es un terreno delimitado por las cumbres de los cerros, donde el agua de la lluvia es captada y conducida hacia un curso de agua común (estero, río o lago), suministrando agua a los ecosistemas y la población. Al aplicar prácticas productivas con criterios ecológicos al interior de la microcuenca se genera un círculo virtuoso, ya que las acciones de manejo aumentan la productividad de los predios a la vez de mejorar la calidad y cantidad de agua, lo que permite asegurar el abastecimiento de agua de buena calidad para la población en el largo plazo”, explicó el investigador.
El tratamiento del agua contaminada es otra tarea prioritaria, en especial si consideramos que más del 80% de las aguas residuales que se generan a nivel mundial se vierten en los mares o ríos sin ser tratadas ni recicladas, según Naciones Unidas. En este contexto, el proyecto que ejecuta el IEB en Chiloé contempla la implementación de un sistema de manejo de aguas residuales mediante procesos naturales, que incluye un humedal artificial que no tendrá contacto con el suelo, donde ingresan las aguas servidas provenientes de las viviendas, que son filtradas por plantas acuáticas (hidrófitas), proporcionando agua apta para riego.
“Hacemos un llamado a las autoridades locales y regionales a apoyar la implementación de medidas acordes a las necesidades actuales, con la aplicación de tecnologías sencillas, baratas, de largo plazo y fáciles de apropiar por parte de las comunidades rurales. Esto sólo se puede lograr con la participación directa y vinculante de todos los actores involucrados, donde la búsqueda e implementación de soluciones debe surgir del conocimiento de las comunidades rurales y la academia, además de contar con el apoyo decidido del Estado en todos sus niveles”, sentenció Frêne.