A través del sistema de capilaridad, científicas de la UCN cosecharon acelgas y tomates cherry en el sector costero de la Región de Antofagasta.
Nutritivas y de buen sabor son las acelgas y tomates cherry que un equipo de ingenieras de la Universidad Católica del Norte (UCN) lograron producir utilizando agua de mar sin desalar en el sector costero del desierto de Atacama, en la Región de Antofagasta.
El desarrollo corresponde a un proyecto pionero que puede revolucionar la producción de alimentos en el país, y transformar a esta alternativa en una nueva actividad productiva que irá en directo beneficio de los habitantes de caletas y zonas pobladas de la zona norte.
La particularidad del sistema es el empleo de agua de mar en forma directa, es decir, sin eliminar la sal que trae incorporado el vital elemento desde su origen oceánico. Este logro fue posible gracias a un desarrollo gestado por un equipo de ingenieras del Centro de Investigación Tecnológica del Agua en el Desierto (Ceitsaza) de la UCN, centro especializado en el manejo y búsqueda de soluciones a problemáticas relacionadas con los recursos hídricos.
CAPILARIDAD
La idea, que fue presentada a la comunidad y autoridades de la zona, consistió en un estudio de la factibilidad técnica para cultivar acelga y tomate cherry con agua de mar, empleando riego por capilaridad.
“El ascenso capilar es una propiedad de los líquidos. El agua comienza a ascender y las sales quedan retenidas en el sustrato”, señala Natalia Gutiérrez Roa, directora del proyecto, quien explica los principios básicos de la metodología utilizada para hacer crecer las hortalizas.
Para realizar el estudio, que tuvo lugar en instalaciones costeras de la UCN, se construyeron dos terrazas de cultivo para pruebas, con tres niveles de distintas alturas cada una.
El primer nivel consideró 40 centímetros de sustrato, el segundo 80 y el último 110 centímetros. Cada terraza diseñada por el equipo de ingenieras incorporó un nivel freático de agua de mar en sus bases.
En el caso de las acelgas, los mejores resultados fueron obtenidos en el primer nivel (40 cms.), con plantas cuyo crecimiento fue de entre 22 y 52 centímetros de altura. En cuanto a los tomates cherry, los resultados destacados estuvieron en el nivel 3 (110 cms.), con plantas que alcanzaron de 46 a 72 cms. de altura.
“Elegimos las acelgas y los tomates cherry por su tolerancia a la salinidad, aunque un principio básico de este proyecto fue no regar directamente con agua de mar de manera superficial”, aclaró la ingeniera agrónoma Natalia Gutiérrez.
BUEN SABOR
El desarrollo del proyecto tuvo un costo total de 34 millones de pesos, aportados por el Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y la UCN.
Los vegetales cosechados, además de un agradable sabor y textura, mostraron cantidades importantes de minerales beneficiosos para la salud, como potasio, calcio y hierro, entre otros, a lo que se sumaron altos niveles de fibra dietética y proteínas, principalmente en el caso de la acelga.
Otra de las singularidades del proyecto es la utilización de materiales accesibles, como plástico impermeable y concreto, los que tienen bajo costo y que son fáciles de conseguir e instalar por los potenciales usuarios de este tipo de tecnología.
CALETAS
El desarrollo de tecnologías, la generación de conocimientos y el aprovechamiento del potencial del agua de mar como fuente hídrica no convencional para uso agrícola, fue uno de los principales logros del proyecto.
Si bien el agua obtenida en forma directa del océano muestra un alto contenido de sales, con una salinidad aproximada de 35 gramos por litro, determinada principalmente por cloruro de sodio, lo que provoca estrés hídrico en las plantas, la posibilidad de utilizar este recurso en agricultura es cada día más factible.
Según explica la gerenta de Negocios y Desarrollo Tecnológico del Ceitsaza, Yaneska Tapia Lineros, la idea es continuar con una segunda etapa, la que implica la instalación de terrazas e iniciar la producción de hortalizas en el sector de Caleta Constitución, comunidad de pescadores ubicada en la península de Mejillones, en la Región de Antofagasta.
La idea de los investigadores es transferir estos conocimientos a los habitantes del lugar, para que tengan la posibilidad de evaluar el sistema y sumar otra alternativa productiva a sus tradicionales labores ligadas al océano. “Esta experiencia puede ser replicada en otras caletas y zonas costeras de la región, así como en otras partes del país”, resaltó Yaneska Tapia.
También planteó la posibilidad de abrir el campo productivo a otras especies vegetales, como la quinoa o la albahaca, las que podrían tener buenos resultados en la zona.
PERSPECTIVAS
Para el equipo del Ceitsaza, hacer crecer la agricultura en la línea de costa de la región es una posibilidad cierta que debe ser considerada en un territorio caracterizado por su extrema aridez.
Si bien las ingenieras plantean que el regadío es uno de los grandes temas pendientes en Antofagasta, debido principalmente al estrés hídrico generado por las pocas fuentes de agua dulce existentes, el aumento constante de la demanda de alimentos y crecimiento de la población hacen indispensable abordar alternativas no convencionales. Lo anterior es fundamental para satisfacer el consumo y entregar nuevas alternativas a sus habitantes.
El equipo de ingenieras del Ceitsaza resalta que si bien el uso de agua de mar ya es utilizado en agricultura en naciones como España e Israel, en Chile su uso es aún muy limitado y está recién en fases de pruebas, siendo la Región de Antofagasta la zona que lidera esta línea de investigación en el país.
Agregan que desde 2011, el Centro desarrolla proyectos en el ámbito agrícola, para dar apoyo a los productores de la zona y contribuir con soluciones que beneficien a la comunidad.
En la materialización de este trabajo también destacó el aporte de la estudiante tesista de la carrera de Ingeniería Civil Ambiental de la UCN, Alexandra Astorga Sánchez, quien se incorporó al equipo femenino del proyecto.
La contribución de la futura profesional constituye un precedente, ya que marca un creciente interés de las nuevas generaciones por participar y ser parte de investigaciones impensadas hace algunos años, y que tendrán un gran impacto para el desarrollo del norte de Chile en las próximas décadas.