Que el estrés o la ansiedad gatillan problemas estomacales no es novedad. Lo particular es que el fenómeno también ocurre en sentido contrario, es decir, un mal manejo del sistema digestivo o una flora intestinal alterada afecta a nuestras emociones. Para esto, los probióticos son fundamentales.
El no preocuparnos por nuestra flora intestinal y dejar de lado la alimentación saludable puede gatillar trastornos gastrointestinales ya conocidos, como colon irritable o gastritis. Sin embargo, los últimos estudios han demostrado que también tiene efectos emocionales concretos.
La relación entre flora intestinal y cerebro es una calle de dos vías, al punto que si no cuidamos lo que comemos esto puede influir en las emociones. El sistema digestivo merece más cuidado, ya que se ha confirmado que todo lo que le pase afectará al cerebro. “En el tubo digestivo se encuentran 100 millones de las neuronas idénticas a las células del cerebro superior, y un 90% de ellas tiene la sustancia neurotransmisora de la serotonina, que es la encargada de la felicidad y el bienestar”, explica Irina Matveikova, endocrinóloga bielorrusa que se refiere a este tema como “Inteligencia digestiva”.
Un dato no menor es que bacterias, hongos, virus y otros microrganismos presentes en la flora intestinal superan diez veces la cantidad de células presentes en el cuerpo, por lo tanto, desempeñan un papel vital en la salud física y mental.
En ese contexto, los probióticos cumplen un rol importante. Estos son organismos vivos que al ser ingeridos en cantidades adecuadas le confieren un beneficio de salud a quien los consume, microrganismos que deben estar equilibrados en el cuerpo y que logran regular la flora; se presentan en forma de bacterias, hongos y parásitos actuando a nivel de la microbiota, también denominada flora intestinal.
Incluso, se ha confirmado mediante estudios que las bacterias probióticas pueden producir el ácido gamma-amino butírico (GABA) en el intestino y, a su vez, provocan cambios en el cerebro que hacen que este responda mejor a este neurotransmisor, y de esa manera evitar los efectos del insomnio, estrés y estados de ansiedad y depresión.
Javier Bravo, doctor en Bioquímica y profesor del Instituto de Química de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, comenta en qué punto están las investigaciones en la actualidad: “Hoy se están explorando los efectos que tienen distintas bacterias probióticas sobre aspectos de la salud mental. El objetivo es obtener cepas bacterianas que sirvan de ayuda a terapias psiquiátricas, aunque probablemente sean solo una parte de la solución a todos estos problemas”.
Mercedes Kenesich, director técnico del laboratorio Axon Pharma, indica que hay una amplia gama de probióticos en el mercado, y la recomendación es informarse: “Los productos que vienen incorporados a un yogurt presentan dosis muy bajas de probióticos y pierden sus propiedades al romperse la cadena de frío. Por otro lado, el Saccharomyces boulardii (en Chile, Perenteryl) tiene una eficacia y seguridad demostrada en más de 70 ensayos clínicos y 12 meta-análisis. Además, una dosis equivale a por lo menos diez yogures y presenta de forma clara sus componentes en el etiquetado”, puntualiza.
El eje cerebro-intestinal se ha visto en animales de experimentación. Al respecto, Raúl Araya Jofré, gastroenterólogo del Hospital Militar, comenta que: “se han hecho estudios con ratones a las que se les ha modificado la microbiota. La conducta de estos animales depende mucho del tipo de flora intestinal que tienen. Esto significa que ratones que poseen una microbiota A, tienen una conducta X, y animales con una microbiota B, tienen una conducta Y. Si se les cambia la flora, su conducta también se transforma”.
Una manera de poner más atención es en base a una alimentación saludable. Finalmente, somos lo que comemos.