CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
Aún recuerdo el gran terremoto de 1960 en el sur de Chile, el más devastador ocurrido jamás en el planeta. Con una magnitud de 9.5 (MW) y seguido de un poderoso tsunami, arrasó ciudades, cambió el curso de los ríos, alteró la geografía en toda la región y ocasionó la muerte de miles de personas. Eso ocurrió el 21 de mayo, una fecha histórica opacada por esta enorme devastación cuyos efectos marcaron toda una década. Para tener una idea de su intensidad, vale mencionar que el terremoto de 1976 en Guatemala tuvo una magnitud de 7.4 grados.
La cartilla sísmica de Chile es impresionante. Solo durante el presente siglo, del que apenas llevamos tres lustros, han ocurrido 18 eventos, de los cuales 14 superan los 7 grados. Enclavado en el Gran Cinturón de Fuego del Pacífico, Chile posee una geografía marcada por su pronunciada vulnerabilidad a los movimientos de las placas Antártica, Sudamericana y de Nazca, cuya presión hacia el continente transforma constantemente el perfil costero con las naturales consecuencias para la población que habita en esas zonas.
La costa del Norte Chico, en donde acaba de producirse el jueves el terremoto de 8.4 grados, dejando una grave devastación, es una de las zonas turísticas más ricas e importantes de Chile. Sus playas de arena blanca, el imponente paisaje del desierto de Atacama, sus parques nacionales, observatorios astronómicos y exclusivos resorts le han dado fama a nivel internacional. El golpe de la naturaleza también afectó los planes de celebración de las fiestas de independencia, ocasión aprovechada por miles de capitalinos para escapar de las últimas heladas invernales y disfrutar por algunos días del sol nortino y las fiestas tradicionales, generosamente regadas con el pisco de la zona, vinos y empanadas, bailes y folclor.
El impacto en la psiquis y la economía de los lugareños, muchos de los cuales han perdido todos sus bienes, ha sido tremendo. Quienes hemos visto las imágenes por televisión difícilmente podemos medir el alcance del impacto sufrido por esos pobladores —la mayoría, pescadores o propietarios de restaurantes del borde costero— y el desafío que les espera en su afán por recuperar algo de lo perdido.
Sin embargo, a pesar del dolor por la tragedia, es importante destacar el increíble espíritu de superación del pueblo chileno, su capacidad para soportar uno tras otro los duros golpes de esa geografía caprichosa y extremadamente bella, pero intensa en sus arrebatos. Disciplinada, solidaria y experta en su manera de reaccionar ante la adversidad y las emergencias, la población logró reducir al máximo los riesgos humanos. Las autoridades fueron precisas y atentas en la evacuación de más de un millón de personas en el lapso de un par de horas, un récord impresionante, considerando la magnitud del desastre.
Es casi inevitable preguntarse por qué un país tan bello sufre tan violentos cataclismos. Pero así se cobra la naturaleza sus privilegios, cuya variedad de paisajes y riquezas naturales proviene de esos grandes episodios geológicos inevitables y repentinos. Así es el Chile de mis amores.
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Fuente: Prensa Libre